domingo, 24 de diciembre de 2006

Micro relatos



Con su propia maquinaria, agobiado por la ausencia de tinta, el impresor se machacó la sien.










La nube y el viento

Aprenderé a amar la lluvia -le dijo el viento a la nube.

Y ella le contestó:

Pues has de hacer como el lago.








©Rafael Hierro




Presentía que pronto iba a disponer de una nueva oportunidad. Por ambigua y compleja que ésta fuera, estaba allí, al otro lado de la ventana de su casa vacía.









© Rafael Hierro 2010



El perro y el perinquén



Tembloroso y aturdido, el perinquén acudió a la Plaza de Santa Ana para contarle sus miedos al perro.

-Estoy asustado con estas obras que parecen no acabar nunca -dijo suspirando.

No temas -respondió el perro. Quédate conmigo, yo te protegeré. Estoy aquí desde hace más de cien años y conozco tantas historias que ya no me asusta nada. Verás cómo esta tarde vienen los niños a jugar con nosotros.

-¿Niños? -preguntó el perinquén.








Fundido en negro
©Rafael Hierro 2010


La noche ardía en sus labios.
Persiguiendo la sombra de un sueño, Venus cabalgaba en el cielo.
No hubo otra oportunidad.





©Rafael Hierro 2010


La isla
Rafael Hierro



Soñé una isla, tan estrecha y alargada, que no existía Norte ni Sur. Justo en medio de la playa, la pequeña casa de madera de su único habitante. Sentado detrás de su mesa, tocado con sombrero de capitán, el viejo aduanero esperaba estampar su sello de caucho en el pasaporte de algún visitante.












©Rafael Hierro 2009


El poder de las turbinas
Rafael Hierro



"Y que [los indios] no pinten serpientes ni culebras".
(Religiosos Agustinos Anónimos)



A nueve mil metros de altura y a la nada despreciable velocidad de novecientos kilómetros por hora, sentado junto a mi ocasional y silencioso compañero de viaje, un anciano cubano que regresa a su país, con el que he podido compartir alguna cerveza y muy pocas palabras, tiene un aire facial a lo Ibrahim Ferrer que me trae al pensamiento una canción: Silencio.
Sin más ocupación que mirar hacia adelante, descubro los ojos felinos de la azafata y su flequillo prominente, que me traen aromas como de diosa egipcia. Quedo y pensativo, me pregunto si en realidad existieron tales deidades o si acaso andaban por las calles como si tal cosa. Me entrego a la idea de la belleza ancestral y siento ganas de lanzarme en paracaídas con esta diosa asalariada que me ofrece café. Saltaríamos juntos sobre la mismísima Alejandría, algo lejos de su pueblo, por evitar posibles conflictos con sus paisanos, que a buen seguro recelarían de mis oscuras intenciones.

Dos asientos más adelante se ubica una buscona. -Yo sé lo que me digo- le repite insistente al buscón que tiene a su lado, yo sé lo que me digo. Justo delante de mí, un bebé nórdico y la experta mano femenina que le acaricia el llanto. Todo lo demás fue tedio, café y nubes blancas.


La madrugada del día siguiente a mi llegada a La Habana, tumbado en la cama y sin poder conciliar el sueño a causa del cambio de meridiano, escucho por primera vez el sonido del tren que pasa muy cerca de mi residencia en El Vedado, invariablemente acompañado de los ladridos de un perro, a los que siguen inmediatamente los desgarrados cantos de un gallo.


Al amanecer, el ambiente correoso de las calles y los cables del tendido eléctrico se me antojan gusanos retorcidos y hasta culebras que agujerean las paredes tomando oscuros y subterráneos caminos. A esta sensación se une la voz de los primeros transeúntes y su dulce acento habanero.

Mientras apaciguo mi sed sentado una terraza con una Bucanero bien fresquita, reflexiono acerca de la privilegiada terraza al mundo desde la que pude haber disfrutado a no ser por la incómoda interferencia del ala del avión que me impidió ver con claridad las anegadas tierras de Nassau. Recordé entonces el momento en que sobrevolamos la isla de Cuba. Al fin La Habana, como una herida en el mar, surgida del mismo océano que unas veces la mima y otras la castiga. Vuelvo a pensar en la herida del tiempo y una lágrima se asoma a mis ojos como presagio de fuerte tormenta.

"Dadme unas ruedas de carro, unas riendas de curtida piel y un plomizo cielo presagio de fuerte tormenta" ... Jethro Tull.


Los hablarines, pronunciadores de ecos, ironías y metáforas escondidas en verso ágil, cantarín, extrovertido y buscador de cómplices miradas ajenas más que de respuestas. Esos hombres y mujeres plantean relatos y los expresan con ojos encendidos, asombrados. Sin embargo, la ternura y la alegría triunfan con la música y el canto dulce que escucho en calles y plazas de La Habana Vieja:
BESO DISCRETO
Miguel Matamoros
Una niña enamorada al novio con ilusión
Le dice muy apurada
Bésame en este rincón
Y el novio le dice espera, caramba
Deja que pase la gente
Que miradas callejeras
Son miradas imprudentes
Que miradas callejeras, mamá
Son miradas imprudentes
Como quieres que te bese mi amor
Si la gente está mirando de allí
Esperemos un momento mejor
Que quiero besarte así
El improvisado interruptor del ventilador del techo de mi habitación parece ahora invitarme a tirar con fuerza de él. No tiene el poder de las turbinas del Airbus, por lo que desisto de la inútil tarea y recuerdo de nuevo a Ferrer:


Silencio
Ibrahim Ferrer
Duermen en mi jardin
las blancas azucenas, los nardos y las rosas
mi alma, muy triste y pesarosa
a las flores quiere ocultar su amargo dolor
Yo no quiero que las flores sepan
los tormentos que me da la vida
si supieran lo que estoy sufriendo
por mis penas llorarian tambien
(chorus)
Silencio que estan durmiendo
los nardos y las azucenas
no quiero que sepan mis penas
porque si me ven llorando moriran

La visita al Museo de Arte Contemporáneo de Cuba, y la obra de Rubén Torres Llorca, excitan considerablemente mi alma viajera:


Tu conoces qué caminos puedes
Tu conoces la humillación
Tu conoces el más íntimo deseo
Da tres golpes para activar la obra,
mírame como si te conocieras
Tu conoces el deterioro y la mediocridad
Tu te cuidas de las rejas y las puertas
Tu conoces el límite y la frontera
Tu conoces el principio y el fin
Tu conoces el poder y su uso
Tu conoces a los iguales y desiguales
Tu conoces el esfuerzo y el valor,
la voluntad y la cólera
Tu conoces las más ridícula tortura
Tu conoces la mentira propia y ajena
Tu conoces el calor diario de la batalla
Tu conoces la espera, la paciencia, el tedio
En ti se tocan los mares y las orillas
Tu conoces la pareja, la doble existencia
Tu conoces el valor de los alimentos
Tu conoces la ira aprendida
El odio condicionado
Tu conoces el rostro extraño de la sexualidad
Tu conoces el miedo a la vejez y la amputación
Tu conoces la fortaleza, la casa, el refugio
Tu conoces la esperanza
Tu conoces el ego
Tu sabes qué perro lame, cual ladra, cual miente
Toca la campana, es tu oportunidad de ser escuchado
Más tarde encontré estas palabras como título de una obra de Ramos Lorenzo:

"La maldita circunstancia del agua por todas partes".
Y descubro al poeta que las escribió: *Virgilio Piñera

*Nació en Cárdenas, Cuba, en 1912, y murió en La Habana en 1979, completamente ninguneado por el aparato castrista por marica y poco revolucionario, para resumir. Más conocido por su narrativa y su teatro, y por su participación en la traducción argentina del Ferdydurke de Gombrowicz, Piñera se consideró a sí mismo un poeta ocasional; sin embargo, su obra poética es escasa unicamente en cantidad, como lo prueba este poema "La isla en peso" publicado en 1942 a modo de plaqueta. En vida sólo llegó a ver editado un volumen de poesía: La vida entera (1969); posteriormente apareció Una broma colosal (1988) y La isla en peso (1998), que recoge los dos anteriores más poemas dispersos. (Para mayor información ver el dossier especial dedicado a Piñera por Diario de Poesía en su edición N° 51, primavera de 1999.)


La isla en peso (fragmento)
Virgilio Piñera
La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
La eterna miseria que es el acto de recordar.
Si tú pudieras formar de nuevo aquellas combinaciones,
devolviéndome el país sin el agua,
me la bebería toda para escupir al cielo.
Pero he visto la música detenida en las caderas,
he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas.
Hay que saltar del lecho con la firme convicción
de que tus dientes han crecido,
de que tu corazón te saldrá por la boca.
Aún flota en los arrecifes el uniforme del marinero ahogado.
Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo.
Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,
esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua
y vivir secamente.
...
(1943)

Vuelvo a sentarme en una terraza y observo a una mujer que está acompañada de otra, ella me mira con gesto que se me antoja lascivo, abro mi cuaderno y escribo:

Ahora, aquí, el tatuaje gótico en el límite de tu espalda, tus nalgas como frontera, tu ser fatal de mujer amapola, morena, y a todas luces, lésbica.
Tú, Macorina, Petra, Helíada, o cualquier otro nombre, Helena, quizá Macumba, ninguna María, toda hembra. Tú que fumas tabaco habano, tú y tu compañera, mujer total... y esta súbita actuación.
Ambas mujeres se pusieron en pie y bailaron juntas una canción que sonó en la terraza cubierta del bar:


Pa´gozar
bailar suavito
este son
muy sabrosito
...
De pronto la excitación del momento me lleva a escribir como un enloquecido:


Rumor de aguas secretas
cantos de ventilador
Del museo tomo la vida
como el buitre en la osamenta
despelleja su alimento
hasta el último rincón
Y esta ola repetida,
copia desesperación.
¡Ah! Mojiganga desnuda
Iré a donde esté mi sombrero
y besaré tus labios de luces
y tu fruta caribeña
Te cambiaré las flores
por lápices de colores.

Mientras mi último cigarrillo se consume en el cenicero sobre la mesa, me alejo perdiéndome en la multitud de las calles de La Habana.









©Rafael Hierro 2008













©Rafael Hierro 2008



Paisaje con bruma


A primera hora de la mañana, después del primer café, encendía su primer cigarrillo del día. Luego se quedaba de pie en el salón de la casa, observando el extraño ambiente boscoso representado en la vieja fotografía que había comprado años atrás en un rastro de feria.

Traspasando con la mirada aquella especie de ventana al exterior que configuraba el desvaído paisaje y como queriendo completar la brumosa escena con el humo del tabaco, se sentaba a escribir breves historias que acontecían irremediablemente dentro de la foto, tal como a veces parece ocurrir la Historia en el interior de los libros.







©Rafael Hierro 2008



La mujer giróscopo y el pescador



La mujer giróscopo, que entre otras cosas también podía ser sirena, luz amarilla, manzana mordida y piano de cola, comenzó a desperezarse de su prolongado letargo primaveral en las orillas de la Isla Desconocida. Habitualmente escondida en las profundidades marinas, arribó en aquella solitaria playa donde con escaso éxito se había puesto a la labor de ensayar su nuevo aspecto de negra y brillante roca basáltica. Emitiendo desgarradores aullidos de perra en celo, seguidos de lastimeros cantos de sirena capaces de estremecer de modo horripilante a cualquier ser vivo, había decidido anunciar su presencia ante aquella hermosa mañana que comenzaba a resplandecer en toda su plenitud.

No sin cierto desprecio, la mujer roca basáltica continuó bostezando largamente mientras retiraba crustáceos y otros animalillos marinos que se habían adherido a su pétrea epidermis en busca de alimento, protección y cobijo.

Estos bichos pican y le chupan a una la sangre -exclamó malhumorada-

Resueltamente molesta e inquieta, finalmente logró ponerse en pié y salir del mar estirando los brazos y emitiendo nuevos y ruidosos bostezos que no tardaron en ser escuchados por un apuesto mariscador que se acercaba a aquella orilla, justo en dirección al lugar donde ella estaba.

La mujer roca se percató inmediatamente de la presencia del pescador y decidió mutar a su ser sirena con la intención de escapar a nado. Así que se dejó caer lentamente sobre la arena donde quedó tumbada, mientras miraba con el rabillo del ojo la trayectoria del recién llegado.

Cuando el hombre llegó a su vera, se mostró tan perplejo y preocupado que inmediatamente comenzó a tratar de reanimarla, sin percatarse de que bajo el largo vestido de basalto negro se escondía la cola de una sirena, una manzana mordida, la mujer giróscopo, la luz amarilla y un piano de cola.

Transcurrieron algunos minutos en absoluto silencio, únicamente interrumpido por el suave rumor de las olas. De pronto ella notó que algo se movía despacio y suavemente a lo largo de su espalda. Una acariciante sensación la invadió, mientras todos los puntos sensibles de su cuerpo comenzaron a ser estimulados a un tiempo. El inmenso placer que llegó a sentir le hizo cerrar momentáneamente los ojos. Fue entonces cuando el pescador acercó sus labios al lóbulo de la oreja izquierda de la mujer de basalto y susurró estas palabras:

-Maríscote todiña-

La mujer sirena se hizo luz amarilla, mordió una vez más su cuerpo de manzana, trató de arrastrar sus dos colas, la de piano y la de sirena. Intentó desesperadamente escapar girando sobre sí misma y accionó todas las piezas de su ser giróscopo... Pero ya todo esfuerzo resultaba inútil, pues estaba siendo tomada tierna y suavemente por el apuesto hombre araña de mar, cuya mayor ilusión no fue nunca otra que rendir de amor a una roca basáltica plagada de diminutos y sabrosos animalillos marinos.





Jardín secreto


El viejo jardinero despertó muy temprano. Un inusitado y enérgico movimiento de piernas logró hacerle saltar de las irrecuperables horas de vigilia al cuarto de baño, donde lavó su cara con abundante agua. Por unos instantes detuvo la mirada en el espejo y observó sus ojos vidriosos, mientras múltiples gotas recorrían los surcos de un rostro de piel de ceniza y caudalosos barrancos. En el temor de las sombras nocturnas había considerado revisar los errores del pasado y, de ese modo, abreviar la distancia entre su inquieta esperanza y un ansiado renacer en el límite del bosque.
Cualquier mínimo avance en su particular metamorfosis se convertiría en grandiosa y feliz noticia para el nuevo proyecto de vida…

Comenzó por descubrir su jardín secreto:
A lo largo de los años había realizado incontables experimentos; los más exitosos, según su criterio, acabaron siendo situados en el pequeño invernadero que poseía en la parte de atrás de la casa. Mediante extraños injertos y forzadas simbiosis se había propuesto unir distintos tipos de flores y plantas en una especie de red kármica. Las complejas anotaciones, que con absoluto detalle escribía en su cuaderno de trabajo, configuraban un horripilante herbario mezcla de ciencia-ficción y tratado sobre botánica.
Esa misma mañana llamó a la policía y se acusó de haber abierto, sin permiso, el corazón de las flores.




Cambio al rojo




Atacando al plasma con láser quizá podamos conseguir detener el reloj y curar la herida del tiempo, al menos en las catequesis dominicales, aunque puede que el tiempo dure para siempre y la herida nunca desaparezca.


Nueva técnica universal


Una pequeña mancha en la nebulosa de Andrómeda me inspiró hace un millón de años luz. Desde entonces me dedico a la industria del amanecer. Ahora fabrico papel higiénico con partículas ligeras de baja energía, ideales para el tratamiento de hemorroides sangrantes y otras heridas de guerra.









Juan nunca




La mujer de Juan disponía de una especial habilidad para modificar a su antojo y conveniencia los detalles de su realidad: Me vas a perdonar -solía exclamar como introducción a las dudosas revelaciones de las que hacía gala.

Su voz de pito, unida al afán noticiero que solía llevar implícito, era bien conocida por el núcleo de sus amistades. A sus enemigas potenciales dedicaba la más punzante daga dialéctica precedida de un “No sé si me explico”. Con especial sutileza y mala baba, solía utilizar su frase favorita para tratar de hundirles la moral a las amigas menos dóciles ante sus caprichos:

-No sé si me explico, me vais a perdonar, pero a mí Juan nunca me haría eso.

Chicas, me vais a perdonar, pero mi pelo sí que es rojo-rojo. Mi casa sí que es grande-grande, qué digo grande, es enorme, me vais a perdonar. La fruta que yo compro, no sé si me explico, me la traen a casa y es ecológica cien por cien. Eso sí, es mucho más cara; pero chicas, me vais a perdonar, la salud es lo primero. Juan nunca me come otra cosa.






La rúbrica


Conocí a un señor de edad avanzada que, a la hora de firmar dibujaba un paisaje. Dos montañas, un par de nubes y un árbol en poco más de tres centímetros. Me aseguró que lo venía haciendo durante muchos años y que, lógicamente, a veces se posaba un pájaro en el árbol. Cuando firmaba en invierno dibujaba algunas gotas de lluvia. Siempre se tomaba su tiempo para estampar su poética rúbrica.


Poesía



A veces todo está en calma
nada se adivina

la vida comparece 
y tiende sábanas al viento 

preludio de nostalgia
doblar la esquina






Ángulo sidéreo


El náufrago alcanza la orilla

hundiendo sus uñas en la roca
sin conocer que se trata
del mismo agarradero
que obtiene la gaviota en vuelo






Hace viento 
mucho viento

he abierto mi casa
al silbido del aire
y al polvo de los campos

las plataneras danzan
respiran ese aire
que inunda la estancia





he abierto las ventanas
al silbido del aire

a la buena mañana










Los bueyes de Francia viajan en avión
las medidas de seguridad padecen impotencia
los grandes edificios caminan lentamente
la luna llena sonríe a las libélulas
el sonido del viento enamora 
al vigilante nocturno







Para soñar
dejamos nuestros ojos
en las estrellas
las nubes conocen
nuestras pueriles miserias
y el oscuro invierno
esperado calor de la mañana
se tú el incendio





Al traje de los domingos
castigó a la intemperie
y las viejas camisetas
colgó en las mejores perchas
no volvió a pisar la iglesia





No hay refugio
cinocéfalos deformes

no hay refugio
ni puntos de partida

no hay refugio
ni pírricas victorias

competidores de lo invisible
victimistas de mano ensangrentada

no hay refugio





















Duermen los relojes
desde que nos miró la luna

Si estuvieras aquí
en este momento
sin otra explicación posible
que el dulce encuentro
a ninguna constante lluvia
guardaríamos silencio





El guión


Tenía que ser puntual a aquella cita,
no tomar decisiones por mi cuenta y
buscar el número once
en la calle Transparencia.

jugueteando ante su puerta
un remolino de papeles
movidos por el viento.

dormitorio de Julieta / Interior / Noche.





La ventana y el jarrón


Languidecen su virtud ante el espejo
los girasoles muertos

amarillea la tarde

vuelan cortinas de seda
cual suicidas al viento




No name

La tarde pinta las crestas de las nubes
los pájaros cantan sus cuitas
el cielo es un azul imposible
ladran lo perros sin nombre, se citan
en torno al fuego de los hombres




Cada día


Quizá no por este orden
vivimos dentro de un sueño

quizá no por este orden
se asoma el hombre a su espejo

quizá no por este orden
dicen que la vida es sueño
y en nuestros sueños nacemos




La luz viste las nubes


El viento
con su andar ligero
parece acompañarlas al colegio


escucho gritos y risas
esta mañana
de aire limpio y fresco











misión nocturna visión nocturna misión nocturna visión
















Con su pálida sonrisa
la escrupulosa fidelidad
va empañando los cristales


canta el gallo
y el alimento de los moribundos
tiembla en los hospitales





*0380676


Algunos insectos mueren al amanecer

la mujer de la limpieza comienza a trabajar muy temprano

la máquina expendedora de consejos

me ha recomendado que viva

enérgicamente solo

y subraya:

URGENTEMENTE


*La empresa se reserva el derecho a sustituir este mensaje
si la banda magnética es defectuosa, en cuyo caso sólo puede
ser sustituido por otro consejo.





Noche misma

La noche 
despótica
me roba el sueño

ya no veo caballos de plumas
ni dioses de paja

solo escucho en silencio
extrañas lenguas 
lamer el asfalto

la noche 
despótica
me ordena vigilia

y ya soy noche misma



Ausencia

Je cherche derriére les nuages
come un chien je suis ta trace.


En la mejilla de un dios olvidado
descubrí lágrimas de cera

en el brillo del cuchillo
que su mano sostenía
encontré alguna respuesta

en el rumor de los bosques
hallé una obra clandestina

en el límite del mar
dejé mi huella disuelta

en el gesto de sus labios
solo ausencia